Ciertamente no acostumbro a crearme más expectativas que las que inevitablemente golpean con más o menos acierto la imaginación de S.(las cuales, según el caso, pueden no ser pocas).
Rondando el mes de agosto es posible que ustedes no se hagan a la idea que necesitado puedo encontrarme de hacer ésto. Un descanso del trabajo, y si me permiten, del mundo hasta ahora conocido.
Deseo refugiarme en el olor al barro de los ríos y el mar salado, caminar con la ambición que da el llegar a un lugar exótico y desconocido, algo que es terriblemente distinto. Curioso cuando S. realmente lo tiene todo.
Anhelo escapar de la parte lapidante de la cotidianidad, del empalamiento entre los muros del tiempo y la costumbre del derredor.
Quisiese adentrarme en la otra parte y, fundido en ese lugar, observar como fluyen las cosas al otro lado del mundo y dejar de un lado el miedo; a lo magnífico, a lo inescrutable, a todo; a decir adiós, a dejar la puerta de la habitación abierta.
Y comprobar que no es ningún recurso literario aquello del sonido del silencio. Quiero estar ahí y lo quiero para mi.
Y un anochecer cualquiera, salpicado por el sonido lúgubre de monos y quetzales, empujado a la tranquilidad bajo el roce de incesantes gotas de agua que rebosan sobre las más bajas de las enormes hojas de los árboles, mirar de reojo a mi lado y desear que tú pudieses estar ahí.
La banda sonora corre por su cuenta. Ustedes mismos.
Nada mejor como el aire libre, como un mundo aparte de los agobios, los trabajos y el stress para volver a reconciliarse con uno mismo.
Que lo disfrute