19 de Diciembre 2006

Hache

       C. lleva las mallas rotas y sus viejas botas negras apenas sirven para caminar.
         – A ti no te gusta dar dos besos. – me dice al subir al coche.

       Cuando me habla de sus cosas no deja de sonreír, como si no le importase nada. Al fin y al cabo, C. es una drogadicta.
       Yo la escucho con atención y me dejo sorprender, como si no me importase nada.

       Entre sábanas me habla del reformatorio y de la calle, de las estafas y los robos a mano armada. Le pregunto porque no lo hizo conmigo y contesta, sonriendo, que ya no es tan mala.

       C. no tiene padre, pero si lo tuviese, ella misma se encargaría de hacerlo desaparecer.

       Resguardados en una habitación de la fría ciudad, las horas cada vez pasan más deprisa.
       De vez en cuando me mira fijamente y me dice que hay algo que no entiende. Algo se le escapa a C., de vuelta de todo.
       Yo me quedo callado; y comprendo que tres noches sobre su piel blanca, castellana, son suficientes para saber que lo pasa mejor conmigo.
       A veces me pide que la lleve casa y entonces se vuelve a recostar y me dice que no, que da igual.

       En mi muñeca llevo lo poco que quisiera acordarme de ella, pero sé que la volveré a ver.
       O no.


                                                                                     - FIN -

Posted by S. at 19 de Diciembre 2006 a las 01:36 PM
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