24 de Junio 2008

Los cristales.

Aquí, pueden creerme, es domingo; y la lluvia golpea los cristales.

Hace hoy dos días recibí una llamada, y hacía casi dos años que no veía a J.
Digamos que de paso por Madrid, lo encontré desayunando en uno de esos bares a los que nunca voy, en una de esas calles que nunca frecuento, a esas horas en las que rara vez paseo.

Con J. ocurre como conmigo; en algunas ocasiones desaparece. Sin embargo, pese a todo, no necesito decirle que me ha gustado verle de nuevo, soltar cosas como -qué tal te va la vida- o dar respuestas futiles como -el trabajo bien, ya sabes, todo igual.-
De hecho, lo bueno de J. (en concreto, lo bueno para mi), es que no necesitas hablar demasiado, bastan unas cuantas palabras con tiempo para pensar, y sé que no nos dejaremos nada por decir.

Después del concierto me contó cosas de su chica, de M. Me habló de su vida y de su nuevo lugar, de su gente, de eso de lo que siempre hablábamos, de echarle un par de huevos. Más tarde yo le contaba, casi sorprendido, lo mucho que he cambiado en estos últimos dos años. Según lo hacía, pensaba en lo poco que a veces me doy cuenta.

Es tarde y hemos bebido bastante. En la casa, M. duerme sobre el enorme sofá rojo como duermen los gatos, casi envuelta sobre sí misma. De vez en cuando, J. echa un vistazo a su figura gatuna y enseguida vuelve a mirar allá afuera, donde miro yo.
Sentados en viejas sillas de madera, fumamos y vemos, a lo lejos, el último turno de los camiones de la basura, las últimas putas resguardadas irónicamente en el soportal de un banco, riachuelos de lluvia colarse por las alcantarillas.

Supongo que el tiempo sigue pasando en esta noche, todavía entre la primavera y el verano, digan lo que digan los libros. A veces J. dice algo, y luego me pregunta. Otras veces soy yo quien socava el silencio y el que pregunta después de hablar.
No sé qué hora es pero casi ha dejado de llover.

Empieza a amanecer y decido marcharme. Camino un rato. Chispea y los adoquines de la acera empiezan a ser resbaladizos; pero mi paso es tan lento que sería imposible caerme aunque anduviese sobre el musgo húmedo de cualquier roca de río.

Entonces, por alguna razón que hace apenas unos minutos he recordado, pienso en A. Camino muy despacio por las calles de Madrid y me pregunto si tú también habrás cambiado, cuál será ahora tu grupo favorito; me pregunto si eres feliz, si alguna vez te aburres, si alguna vez me echas de menos.
Llego a casa y, aunque cansado, me siento unos minutos frente al ordenador y escribo ésto, para que no se me olvide.

Posted by S. at 24 de Junio 2008 a las 05:37 AM
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