2 de Mayo 2004

El cuento del hombre de arcilla

     `Ahora tengo dieciséis años. También ocho. Hace bastante calor esta tarde. Yo jugaba, corría y dormía sobre la hierba espesa, pero me detuve y he despertado desde el tarareo de una canción que conozco. Me giro y veo a una madre, que destiende la ropa de una larga cuerda atada a los dos sauces que enfrentan la casa. Sin parpadear me dejo caer al suelo y doblo las rodillas. El perro yace cerca de mi. Él descansa mientras yo escucho la canción. Ahora tengo veintidós años. Ya no queda ropa tendida y las sombras llameantes comienzan a descender por la montaña. El perro descansa a mi lado. Su largo pelo se agita con la suave brisa que trae consigo un olor fresco y dulce. No dulce como el azúcar o el chocolate, sino dulce como la hierbabuena recién cortada, como el sabor de una piel mojada o el hálito quebradizo de aquella canción de antaño en la voz. Dulce como la palabra. No puede haber en el mundo una temperatura más agradable que ésta.
     – Vamos. El perro y yo entramos en la casa.
     Con setenta y nueve años me fastidia que un corte de luz distraiga mi trabajo y mi quehacer. Me cuesta volver a concentrarme. Salgo al cubierto de la misma casa y me recuesto sobre una mecedora colgante. Todavía es de noche. Miro al frente y arriba, escapo del marasmo de unos cuantos recuerdos y dejo de mirar. No me importa demasiado soñar sobre cada uno de ellos. Me atisbo con fuerza a sabiendas de que cubileteo a la vida sin más aires de grandeza y sin menos senilidad que la que da el mirar a mi derredor con estos ojos para siempre vidriados. Cuando me levanto y voy a dormir, pienso que esta no es mi vida, y que nunca la ha sido.
     Se apaga la luz.´

Posted by S. at 2 de Mayo 2004 a las 01:13 PM
Comments

Y nunca lo será, ¿no?...

Posted by: Jesús on 4 de Julio 2004 a las 07:42 PM
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