Son pasadas la una y media de la madrugada y más de uno sabemos que ya debería estar tirado sobre la sábana y descansar. Al menos descansar.
Sin embargo hace un rato, mientras arrojaba cuarenta y ocho botellines vacíos y escuchaba uno a uno como crujían los cristales en el interior del contenedor verde he vuelto a pensar en S. Creo que S. es un cobarde.
¿Saben?, una de las mejores cosas que tiene este blog es que yo no les conozco a ustedes y, sobre todo, que ustedes no me conocen a mí. Permítanme que les explique algo sobre S. Hay cuatro cosas que me pueden. Cuatro. Y da igual qué cuatro sean porque S. es un maldito experto en el arte de la negación. Es así. Por algún motivo a descubrir no soporto saber que algo va a doler mucho. Algo de eso que de verdad duele, algo que no tiene arreglo. La `puta´ ley de vida -disculpen mi recurso facilón, pero no he encontrado un palabro mejor para describirlo-.
El caso es que de este modo ustedes ganan muchas cosas: ganan no ser acribillados durante dos semanas por frases sin autor ni contexto que vomitan sobre cualquier expectativa que puedan tener cuando abren esta página, quien las tenga; ganan tiempo y consiguen eludir la parte más bochornosa de S. En fin, ganan no ver limpiándose el culo a cualquiera de sus héroes favoritos de la infancia.
Por otro lado supongo que aquí cerca no es justo que nadie pague algún fugaz arrebato de violencia de S., ni que ella cargue con la pesadez que engendra el resuelto ansia de pulverizar mis emociones como si fuesen a ser las últimas. Y me aterra imaginar el tipo de miedo que ha podido arrastrar a S. a ser tan egoísta pero en fin, de todo se aprende.
Y ustedes, si saben lo que les conviene, preguntense por lo más importante de este escrito y no elucubren más que sobre los cuarenta y ocho botellines vacíos de cerveza de este fin de semana, que de todo se aprende.
Si tú eres S. ¿quién es ese S. del que hablas?.
Y si no te conocemos de nada, ¿por qué no nos explicas quién es ese S. del que hablas?
Un blog trasluce perfectamente lo que somos, a pesar de lo que el autor escriba. Entre líneas se lee mejor que en cada palabra, y eso no es indiscreción sino sagacidad. Y, sobre todo, voluntad de entender concepciones diferentes a las propias.
Porque leyendo aquello que S. dice sin decir, veo que realmente S. tampoco se queda en la simple voluntad de Ax. de escribir un simple comentario de respuesta. Metalenguajes subterfugiados que amenizan la atención de leer con doble forro.
No me importa la acritud de S. en sus textos, sea violento o lo que sea. Pero comunique Vd., como hasta ahora así ha sido. Siempre, en cada frase.
No se prive. No es un comentario gratuito, a mí me funciona. Y me leen. Quizá no me entiendan, quizá no les importe. Pero soy aquél.
Y Vd. es S., a pesar de S.