Donde yo trabajo, el alba del anochecer es de un azul intenso y provocador. Mochila al hombro, S. observa los focos apostados en las altas torres de metal recién pintado y se encamina hacia el coche.
A estas horas, la carretera de vuelta siempre esconde algo mágico y hoy, concretamente, aún más. Apenas hay tráfico y, tras la niebla, atisbo una genial foto de esa ciudad que me espera a lo lejos, una de esas que nunca podría inventar.
Empieza a hacer frío y la luz de las farolas difumina mi realidad. Casi mecido pos la lluvia y el cansancio, no me siento impaciente por llegar. Y no debiera ser así. Es tarde y el día ha sido agotador; debiese embriagarme la sola idea de quedarme inconsciente unas cuantas horas y recargar mi cuerpo. Sin embargo, resulta curioso como salir de noche y volver de noche siempre resulta más tranquilo, mucho más gratificante, casi sensual.
Esbozo una sonrisa y decido que no me extraña nada que en los países nórdicos estén todo el día follando.
El azul es un color mágico dentro de un anochecer, es un color que se inhala y embarga todo tu cuerpo. El estremecimiento que sientes es tan leve y placentero, que notas revivir aquellas partes de tí mismo que se creían superadas u olvidadas. Vuelven experiencias pasadas, recuerdas vistas aletargadas, olores y sensaciones banales que recobran sentido, te sientes solo y feliz.
Contigo mismo.
La desnudez del yo en un frío anochecer tiene la magia de hacernos morar hacia nosotros mismos, y creer intuitivamente que el hermafroditismo humano es posible por un breve instante.
Posted by: Axque on 6 de Noviembre 2004 a las 05:51 PM