Donde yo trabajo, el alba del anochecer es de un azul intenso y provocador. Mochila al hombro, S. observa los focos apostados en las altas torres de metal recién pintado y se encamina hacia el coche.
A estas horas, la carretera de vuelta siempre esconde algo mágico y hoy, concretamente, aún más. Apenas hay tráfico y, tras la niebla, atisbo una genial foto de esa ciudad que me espera a lo lejos, una de esas que nunca podría inventar.
Empieza a hacer frío y la luz de las farolas difumina mi realidad. Casi mecido pos la lluvia y el cansancio, no me siento impaciente por llegar. Y no debiera ser así. Es tarde y el día ha sido agotador; debiese embriagarme la sola idea de quedarme inconsciente unas cuantas horas y recargar mi cuerpo. Sin embargo, resulta curioso como salir de noche y volver de noche siempre resulta más tranquilo, mucho más gratificante, casi sensual.
Esbozo una sonrisa y decido que no me extraña nada que en los países nórdicos estén todo el día follando.