Sensación de sensaciones es saber que hoy es día laborable pero al fin no para S. Con el transcurso del día y la aceptación de tal realidad mi estado de ánimo se torna sorprendentemente aceptable. Tras la cena y casi una hora de decisiones sobre el lugar al que ir, finalmente tomo la indispensable iniciativa de largarnos a la fiesta pueblil del amigo de T1. El lugar de turno siempre está lleno de impresentables, porqué no decirlo, ellas y ellos.
No se exáctamente qué tienen algunos lugares o qué asignatura suspendió S. en su cursillo de comprensión humana para que la visión de tanta estética hortera, sea fémina o masculina, le resulte tan desproporcionada.
Whisky, algunas fotos e idas y venidas al baño resumen la noche. Es en una de estas incursiones con cierto nivel de necesidad en la escala prostática y una gran manifestación de machos autóctonos frente a la puerta de `Ellos´, cuando furtivamente me adentro en el baño del género complementario (de complementario no tiene nada, sólo trataba de encontrar un calificativo poco peyorativo y quizá algo reconciliador).
S. se pregunta hace cuantos años desbarató el tópico de que los baños de mujeres están más limpios que los de los hombres. Echo un vistazo rápido y trato de convencerme de que el problema es la tapa del vater y la negativa común de tomar asiento en cualquier servicio de uso público sumado a algún tipo de desvío en el bajo vientre de una única fémina sin escrúpulos sociales. Sin embargo, según salgo de dicho urinario y atraigo, oh culpable, las miradas inquisidoras de la banda de hombrecillos que hacen cola donde debería haberla hecho S., mando a la mierda mi anterior razonamiento senil y queda aprobada por mayoría y representación absoluta, es decir, S. y yo, que si aquel baño estaba tan guarro debía ser precisamente por la entrada de algún ser de mi mismo género que hubiese tenido la genial idea antes que yo mismo.
Pasan las horas y después de la improvisada aparición de un Papa Noel con regalos un tanto singulares: un pañuelo indudablemente alérgico, una radio-luz-scanner sin pilas y una pegatina de Heinneken, parece que se impone el toque de queda y el ya consumado rito de despedida y cierre, normalmente en forma de una última y dolorosa copa.
S. advierte su estado de embriaguez cuando trata de sacar el coche de uno de esos sitios peculiares a los que está acostumbrado. Parece que hacer las cosas despacio y con paciencia no tiene sentido al tratar de bajar de aquella acera esquivando el coche de al lado y los pivotes públicos que debe haber detrás. Algunos minutos más tarde y con la afirmación-pinocho de qué ésto no volverá a ocurrir S. se sume en un nuevo sueño de colores etílicos. Nunca dije que S. no fuese un inconsciente.