Mi consciente onírico me llama: “que es hora de despertar y volver a casa”. Abro los ojos. A duerme sobre mis piernas. Los labios de A.
Una de estas noches empieza el verano y una de estas noches, hace ya algunos años, nació A. Igual el destino ya lo había previsto.
S. espera y la observa y observa lo que ve y observa lo que le cuenta. A. es de verdad, no es de mentiras. A. es de este mundo y eso a S. le sorprende y le entusiasma.
A.tiene un bolso de colores.
S. toca la piel de A.; recuesta de nuevo su cuello en el respaldo y mira a través del cristal. No se oye nada ahí afuera, nada. Dentro de poco la luz… y un par de almohadas y un nuevo día. S. mira atrás. Los lunares de A.
A.dice y no dice cosas. S. cree que A. consigue que con más ganas S. quiera aprender las cosas que tiene que aprender, sin prisa.
Pudiese estar en uno de los vagones de su habitación.
A.me cae bien, tan bien que alguna vez S. sintió que le superaba.
Sea como sea, S. no quiere demasiadas palabras.
Su cuello.
Ella tiene una canción y dos y todas a la vez. No lo sabéis, pero los ojos de A.cambian de color.
En fin, sea como sea, S.observa a A. y esta mañana, como todas las otras, siente que A. es adorable... y eso…
S. aún recuerda su lucha contra el reloj, cuando el tiempo suponía una realidad problemática, un enemigo a batir.
A S. le gusta vivir en lugares altos; si es una finca, en el último piso. Pese al vértigo que se acentúa con los años, S. Siempre tuvo claro que quería vivir en lo más alto.
S., como buen ser estresado del primer mundo, sale corriendo de casa, cierra la puerta con la pierna mientras se sube la cremallera, sandwich en boca, y se abrocha los últimos botones de esa camisa que ya empieza a sudar. Acerca su dedo índice al botoncito blanco de uno de los dos ascensores de la finca. Nunca falla, en el instante justo en que presiono el botón, Murphy aparece. Pueden ustedes imaginarlo, la flechita roja que marca el destino del ascensor no se mueve en el sentido correcto. Con una presteza marcial y nobles artes aprendidas durante años, S.alarga de nuevo su dedo índice hacia el botón blanco del montacargas antes de pegar una patada a la puerta del ascensor porque, claro, Murphy ha vuelto a hacer de las suyas y el maldito ascensor no sube, baja. A toda acción prosigue una reacción y con la patada el relleno del sandwich cae al suelo. S. maldice a Murphy. Para conocimiento de ustedes, Murphy es ese pedazo de mamón del segundo piso que nunca ha subido una escalera, ese que me observa no sé aún de qué manera, pero que sabe perfectamente cuando tengo más prisa y me siento más airado. Respiro hondo y decido que Murphy sólo es un tío “gracioso” que no jugó lo suficiente con sus amigüitos de pequeño.
S.piensa en los datos de los que dispone. Al margen de las graves consecuencias que las más que bruscas paradas del ascensor tendrán en un futuro no muy lejano sobre sus rótulas ( y es que ahorramos en aceite lo que nos gastamos en limpiar los mocos petrificados de los críos sobre el cristal ), las puertas tardan en abrirse y cerrarse 3 segundos, antes de que el ascensor pare o arranque.
vEl ascensor tarda unos 20 segundos en subir, puede que 19 en bajar, así que, desde que salgo de casa hasta que llego al portal, pasan muy realistamente 2 minutos. Teniendo en cuenta al vecino M. y que S.utiliza los servivios de la caja metálica unas 12 veces al día (vease curro, perro, salir, gimnasio, tabaco…), puedo asegurar que de media paso 20 minutos al día entre la puerta de casa y el portal, siendo unos 5 minutos optimista. Pero, qué coño, ¿ y las paradas que hago cada vez que subo con los dichosos parásitos vecinales?. Dejémonos de optimismos, 25 minutos al día. Es decir, por esa maravillosa regla de aquel tipo que quiso resultar útil a la humanidad (la de tres, claro), paso allí 2 horas y 55 minutos a la semana, lo que supone un considerable tiempo mensual de 12 horas y treinta minutos; (compensando febrero con los meses de 31 días, S.vuelve a demostrar su optimismo vital). Sin embargo, 6 días y más de ocho horas al año en esa caja mecánica me dan que pensar.
Cuando aprendí que el ser humano tenía ciertas necesidades vitales que debía satisfacer a cualquier costa, sin importar el tiempo (y para algunos ni el dinero), S.pensaba en dormir, comer, el placer del instinto y el placer en Roca. Sin embargo, nadie me habló de los ascensores. S. finalmente decide que vivir en un piso 115 resultaría mucho más práctico. Con un baño incorporado y microondas, la vida de S. aparentaría tener mucho más sentido.
Pero claro, demasiadas veces vista “El coloso en llamas” y las sensacionalistas tomas de los chicos de Laden jugando a morir y matar no alimentan mis ganas de llegar tal alto.
Puestos a soñar, S. imagina un día en el que él y el ascensor sean buenos amigos. S.subirá al ascensor por las mañanas y tendrá una breve charla:
Ascensor .- Buenos días S. ¿Has dormido bien hoy?
S.- Buenos días Jonnhy (de algún modo tendré que llamarle, ¿no?). He dormido bien, ya sabes, poco pero bien.
Ascensor.- Me alegro S., te deseo pases una feliz mañana de trabajo en la oficina.
S.- Gracias, espero que tú también disfrutes con los cotilleos vecinales del día.
Ascensor.- Claro S., ya te contaré si Mari Puri finalmente ha dejado al marido por Blas (Blas es el portero). Hemos llegado ya. No curres mucho eh, hasta luego S.
S.- Dalo por hecho Jonnhy, hasta luego.
Pero en fin, la realidad es lo que hay, y S.debe conformarse. El ascensor aún no ha aprendido a hablar, Murphy seguirá dando caña allá donde vaya y las prisas nunca son buenas compañeras.
Suspiro aliviado de saber que sé como son las cosas. S. vuelve a reconciliarse con el reloj. Buenos días.
Suena el despertador del móvil y me veo obligado a separar los labios del cristal del coche y despertar. S. se separa de la almohada mientras se resigna sin demora a su ausencia. -Venga va-, hago un favor a la rutina y me levanto. Buenos días. Parece que el día de hoy va de naturaleza.
Puede que ustedes no lo sepan pero, al igual que existe, por convención, el día mundial contra el tabaco, el día mundial del medio ambiente o el del vino de rioja, todos los días son el día de algo, y hoy es el día de la naturaleza. He dicho.
-Buenos días perro. Perro levanta la cabeza y saluda. Es posible que haya pensado: -"pedazo de cabrón, ¿no podrías entrar por la otra puerta por una vez en tu p.vida en vez de patearme el culo todas las mañanas?".
Hoy me niego a eliminar los posos del café. Enchufo la televisión en busca de Bola de Dragón mientras sorbo de la taza grabada con el "Río Duero" de Machado. Enciendo un cigarro y me encamino a Etiopía. Ahí está, algo parecido al eslabón perdido ha sido hallado en el cuarto mundo. (Eslabón que, todo sea dicho, yo creía haber encontrado tiempo ha, cuando el señor R.V. entró por la puerta de clase en primero de B.U.P). La cafeina estimula mis ganas de fumar así que, por no contradecir a la química, otra calada. Más buenos días. Mientras observo el par de cráneos, la señorita del telediario me convence y en esta tibia mañana de Junio me siento más africano que nunca. Pero claro, el Sapiens sapiens siempre necesitó diferenciarse de alguien, así que refuerzan todo lo posible la idea de que el señorito de Neanderthal nada tiene que ver con nosotros. Pero eso a S. no le resulta tan claro. Mientras ellos hablan del homo antiguo yo pienso en las escisiones del Homo sapiens. Cruza por mi mente un haz de rostros familiares y me cuesta creer que el Neanderthal fuese sólo una especie colateral a la nuestra. Además, a estas horas de la mañana, sólo me siento identificado con el Cannis alfombris que yace junto a mi.
En poco más de una hora despierto, que no consciente, S. se da cuenta que ha oido hablar de la selección, de Dinio, Paquirrín y Nuria Bermudez, el hombre-mono y los candidatos a la presidencia del barça. Juro que sólo he visto el telediario y dos breves minutos a Trunks y Son Gohan buscando la máquina del tiempo que construyó Bulma.
Comienza a entrar el sol por la ventana enrejada y S. sólo quiere ver como queda ésto, antes de presionar la inevitable tecla de Murphy y que todo lo escrito hasta ahora desaparezca entre los infinitos recovecos que esconde su radiactivo compañero. Veamos.