Ahm, es sorprendentemente curioso que de todas las anécdotas, recuerdos, sabores y demás cosas de estos magníficos días en tierras centroeuropeas, prefiera no contarles nada. Todo para mi.
- ¿Y entonces...?, se preguntaran ustedes; ¿...para qué demonios tiene un blog?
Y esa es una interesante pregunta.
Cuando uno ha perdido dos carteras en un mismo día, olvidado la comida tres días en una semana y lavado el pelo con gel de baño, la excusa de la genialidad y la falta de sueño deja de ser buena y caminar leyendo por la calle huele a preocupante. Cuando uno olvida todas esas cosas, no es de extrañar que olvide también guardar los archivos de seguridad importantes cada diez minutos aproximadamente, cuando de sobra moi sabe que la electricidad deja de abastecer esta casa de trabajo una media de tres horas diarias. Hasta ahí todo tiene precio.
Es aceptable que un jefe cualquiera no entienda que no se pueden acabar ciertos trabajos porque todos y cada uno de los programas han caído, se han desconfigurado o directamente crean más problemas de los que resuelven. Se acepta también que uno de esos jefes "cualquieras" arrojen su móvil sobre la mesa, escupan blasfemias a todo lo que empiece por "san" y acabe en "dios" e increpen a todo el que se mueva en su ámbito de visión durante ese momento de enajenación transitoria.
Plausible que el aire acondicionado esté a punto de dejar tieso a mi consagrado (mayor) compañero de mesa y que su apagado suponga que en diez minutos su rostro comience a amoratarse y que S. considere la opción de ir levantándose a recoger el cuerpo de su maltrecho compai. Acatable que en nuestro afan por permancer en temperaturas que no superen los treinta grados, abramos una ventana esperando la brisilla mañanera y que un baño de polvo en polvo se cuele entre por narices, orejas, bocas y gargantas (mi compañero en este caso lo lleva peor).
Aguantable que los ojos de mi compañera más a régimen se iluminen cual antorchas al ver la compra "integral" que se acaba de hacer y no tarde en asaltar las cajas de galletas sabor a paja mientras nos repite, uno a uno, y galleta a galleta, que no debería estar haciendo ésto.
Inteligible que en los veinte segundos que tardo a contar desde que enchufo la máquina de café express, cojo una llamada para decir que espere, y vuelvo a la cocina, el café haya desaparecido, y también mi mechero, mi cigarro sobre el cenicero, y el cenicero en cuestión, aunque empieza a ser aburrido observar a un señor saludarme sin mirarme a la cara mientras sorbe mi café, enciende mi cigarro y sale por la puerta ante la irónica sonrisa de una testigo presencial. Se puede entender que haya quien limpie las cucharas de café con una servilleta porque le dijeron que había que limpiarlas...
Bien, pues no, les he mentido. Todas esas cosas que les he relatado y alguna más resultan desquiciantes, inaguantables; pero resulta que es martes, he recuperado la cartera, y dentro de algo más de 72 horas S. se larga de vacaciones, así que pueden quedarse por aquí los asaltadores de café y vicios ajenos, el calor y los cabreos, las galletas de paja, los madrugones, los equipos informáticos, mi silla y todo lo que hay en trecientos sesenta grados a su redonda.
Disculpen las molestias. Ando afinando la guitarra.
Para quien no lo sepa, ésto que casualmente cayó en mis manos, es un parte de camionero.
Exceptuando el llegar al trabajo con el cinturón desabrochado, tristemente he de apuntar que fue lo más divertido del día de ayer.